Luna, mi compañera de vida

Mina y Luna, con mirada enigmática y profunda

Sus juegos y su carácter

Luna fue una gatita inteligente, cariñosa y preciosa, mezcla de siamés y gata común. Su carácter tranquilo hacía la convivencia fácil y única. Podías cogerla en brazos, bailar con ella o acunarla sin que huyera ni se quejara jamás.

Tenía una pequeña pelota de juguete: yo se la lanzaba y ella corría tras ella para traérmela, dejándola con suavidad en mi mano extendida para que la volviera a lanzar. También jugábamos al fútbol con esa misma pelotita. Luna era una excelente portera, aunque a veces decidía ser delantera y devolvía la pelota de un golpe con su patita.
Todos los amantes de los gatos comprenderán lo que digo: cada felino tiene un carácter propio, único, que los define.

Diecinueve años juntas

Vivió conmigo diecinueve años, acompañándome en mis penas y en mis alegrías. Ella solo me regaló amor, ternura y compañía.

Un año y medio antes de su partida, el veterinario le diagnosticó insuficiencia renal, una dolencia común en gatos mayores. Me advirtió que no le quedaban más de seis meses de vida: su pequeño cuerpo funcionaba únicamente con la mitad de un riñón.
Me entregué a sus cuidados siguiendo las pautas médicas y, además, la traté con técnicas de sanación energética que practico en mi trabajo. Nunca antes lo había hecho con animales, así que pedí guía a mis maestros. Mi intención era clara: que Luna viviera con la mayor calidad posible hasta el final.

Y así fue. Jamás la vi decaída: seguía saltando, corriendo, cazando insectos que se aventuraban en casa. Hasta sus últimos días fue una gran exterminadora de bichos.

El último adiós

Tres días antes de su muerte dejó de comer; apenas se movía. Tenía que llevarla a su arenero y acercarle agua. Aún bebía, hasta que veinticuatro horas antes de su partida también dejó de hacerlo. Entonces supe que había llegado la hora.

Trabajaba en un restaurante y debía ausentarme por unas horas. Solo pedía que no se marchara sin mí. Y cuando volví, allí estaba, esperándome tranquila en su camita. La tomé en brazos y la llevé conmigo a la cama.

Puse música suave y pasé la noche acariciándola, hablándole, acompañándola en su tránsito. Ella no dejó de mirarme. En un momento me quedé dormida, y su maullido me despertó. Apenas con fuerzas, apoyó su cabecita sobre mi brazo y extendió sus patitas como si me abrazara, igual que tantas noches había hecho.

Su mirada era única, casi humana. Nunca olvidaré sus pupilas dilatadas, grandes y profundas, como si su alma se asomara al mundo por última vez.
Cerca de las siete de la mañana de aquel día de abril, escuché su último aliento. Fue un sonido fuerte, repetido varias veces, que se fue apagando poco a poco hasta desaparecer. Sentí que luchaba por quedarse.

La abracé llorando, desgarrada, aunque en mi interior comprendía que su alma tenía que seguir su camino. Cuando me levanté para buscar una caja donde depositar su cuerpo, sentí un calor envolvente, como un abrazo invisible, un calor de hogar.

Señales después de su partida

Durante varias noches después, escuchaba el llanto de un gato. Creí que era mi otra gatita, pero no: ella dormía plácidamente a mi lado. Comprendí entonces que era Luna, que quizás mi dolor la retenía aquí.

En Nochevieja de ese mismo año, hice una meditación especial para despedirme de ella. La vi frente a mí, y desde el corazón le agradecí y la solté con amor. Esa misma noche cesaron los lamentos.

Sueños con Luna

Desde entonces comenzó a visitarme en sueños. Navegábamos juntas, subíamos escaleras, afrontábamos peligros… siempre a mi lado, como había sido en vida.

Al principio la veía enferma, tal como la recordaba en sus últimos días, pero poco a poco, en cada sueño, aparecía más sana y rejuvenecida. Una vez incluso la vi acompañada de un gran gato blanco, que sentí como su guía.

Veinte meses después de su partida, soñé con ella de una forma distinta. Ya no estaba enferma: era joven, hermosa, con un pelaje claro, brillante, lleno de vitalidad. Se tumbó junto a mí como siempre y, al despertar, sentí en el pecho un amor indescriptible. Supe entonces que Luna había sanado por completo y seguía su camino.

Desde aquel sueño, Luna dejó de aparecer tan seguido, aunque a veces vuelve, como aquella vez en que la vi protegiendo mi hogar.

Siempre conmigo💖😻

Casi todos los días pienso en ella y cuando puedo subo a la montaña donde está enterrada. Me siento junto a su piedra y encuentro paz.

Porque Luna fue, es y siempre será mi compañera de vida.

MARILÓ



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